viernes, 5 de marzo de 2010

EN LA VENTANA DE UN GERIÁTRICO

Abrasa la luz errada, congelada, el frágil caparazón de la anciana.
Su sombra proyectada desde el alféizar, donde se lijaron sus codos, tiene el mismo color que la del árbol plantado cuando joven. La vereda ha menguado su aurífera vestimenta a favor de la negrura del roble. Todo se vuelve finalmente negro, sin luz.
La anciana observa el haz agitado, asmático, pálido y fúnebre, ya no queriendo correr ni chapotear en las aguas servidas de la nocturnidad. Ya no hay mano que busque la carne que alimentó al obeso cosmos, y todo se llena de vacío, naturalmente.
Le cuesta creer que tiempo atrás se dividió la sangre con un golpe seco en su forja de carne. Hasta ellos la han olvidado. Ya no hay destellos en sus ojos.

Sebastián Defranchesco.

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