domingo, 11 de octubre de 2009

MANIFIESTO.


Apoyo todos los siguientes proyectos que duermen un sueño asmático envueltos en el opiáceo polvo de los cajones de ministerios intangibles: la reivindicación de la hora violeta por sobre el after hour; la despenalización de los atentados hacia la moral; el plan canje de bifocales por caleidoscopios (para una fuga de mirlos en sus ojos en flor); la ordenanza que estipula como única finalidad de los periódicos la de envolver huevos, pues los jefes de redacción, o no los tienen por cuestiones innatas, o son castrados; la confiscación de pilas alcalinas, radios de onda corta, cortadoras de césped, mangueras, camisetas blancas, gnomos de jardín, y demás instrumentos y/u objetos que incrementen la pesadez de los días domingos; un mayor impulso al cultivo de violetas, calas, vaginas y demás flores; condenar toda discriminación hacia los gatos, recordando la frase de Cocteau: “No los hay policías”. Y por sobre todas las cosas, resalto la importancia de no olvidar, pues hay un museo en cada cabeza. Todo cuerpo fue modelado por manos hábiles y torpes, pero cada huella digital de esas ausencias es un horno donde constantemente se cuece todo lo que somos. En las mentes no hay atmósferas ni jaulas; cada parcela se abrirá como las alas de un pájaro. Y así toda materialidad, toda pesadez de concreto, y sobre todo la nuestra, de carne y huesos, se volverá de acuarelas bajo una borrasca de aguas eléctricas que nos dará la chance de fluir hacia una inmensidad oceánica (ya hay gente que lo ha logrado, y suelen escribir sobre nubes grises). Borraré lo cotidiano y a sus agentes de promoción a fin de remontar elefantes rosas en el firmamento. Y aunque pese el ahogo, voy a mantener eternamente el soplido que hace girar la estrella de celofán en el manubrio de la inocencia.
Y que todo lo demás se vaya a cagar.

Sebastián Defranchesco.
Imagen: El Grito I, Oswaldo Guayasamín (1993).

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